miércoles, 26 de diciembre de 2012

REGALO DE CUMPLEAÑOS

Era lunes por la mañana llegué a la oficina, y le escribí un mail con la presentación. En ella le felicitaba y le proponía una cita en la debía aceptar unas normas determinadas, olvidar todos los problemas y dejarse llevar. Seguidamente escribí un mensaje a su teléfono móvil “tienes un mail…feliz cumpleaños””gracias luego lo leo” esa fue la respuesta. Pasadas unas horas recibí otro mensaje “acepto”, contesté riéndome y diciendo que no esperaba menos, que me dijera cuando, el domingo él lo tenía libre, y si él lo tenía libre yo me organizaba para tenerlo también. El domingo entonces.

Llegó el domingo y a media mañana le escribí para confirmar si íbamos a vernos, las 20.30 sería la hora, tenía tiempo para preparar todo, tras echarme un ratito de siesta en la que apenas pude dormir 10 minutos debido a la intranquilidad que tenía, me dispuse a preparar cada detalle.

Empecé por la cena, el menú lo había tenido claro desde el principio, de entrantes unas gambas al ajillo y unas navajas a la plancha, eran cosas que en 5 minutos estaban preparadas, y de plato fuerte una carne al horno con cebolla caramelizada que podía dejar preparada antes de que él llegara, vino a elegir aunque yo me decantaría por comenzar con un clarete “Tremendus”, de postre había comprado una pequeña tarta en la que se podía leer, “hasta la victoria siempre, Felicidades”. Terminé de preparar la cena, solo la faltaría encender el horno en el momento adecuado.

Eran las 7, el momento se acercaba y me metí en la ducha mientras pensaba que iba a ponerme, tenía varias opciones rondando mi cabeza, un body rosa transparente con corazones? un corset sexy? No, el corset no pegaba nada, o una camiseta de esas de pijama de encaje con un culote. No tenía nada claro, no sabía si recibirle normal y después esperarle así para el masaje, recibirle de esa guisa nada más entrar iba a ser un poco violento, me aseguré de que estaba perfectamente rasurada, disfruté de la ducha de agua caliente, de las caricias de la esponja, de mi mente en una nube, a veces me entraba un poco de incertidumbre, le gustaría o le parecería una cursilada todo lo que tenía preparado, sé que desde fuera él podría pensar que estaba loca, que esas cosas solo las hacen las personas enamoradas, me daba miedo que pensase eso, pero yo era así, no era necesario que quisiera pasar el resto de mi vida con alguien para tener gestos, para disfrutar haciéndole pasar una noche inolvidable, yo era así, y si él no lo entendía era problema de él, no le consideraba tan tópico, por lo que mis miedos desaparecían rápidamente.

Me decidí por la camiseta de encaje, la doblé y la dejé encima de la cama, en ese instante recibí un mensaje “ya salgo para alla”, tal y como le había pedido, para asegurarme de poder tener la bañera llena cuando él llegase. Un par de días antes la había llenado para saber cuantos minutos necesitaba para que estuviera llena y caliente cuando él llegara. Mi pulso se aceleró, puse el tapón y encendí el agua caliente, coloqué las velas en su sitio en el baño, saqué un par de toallas, las doble y las puse sobre el lavabo, saqué unas sandalias de esas que te dan en los balnearios y las puse al lado de la toalla que había colocado en el suelo para que se secara los pies al salir y puse las sales en la bañera.

Fui a la habitación saqué el aceite de fresa, un frasco de aceites esenciales y la vela, cogí una toalla grande y la doble dejándola sobre la cama junto al resto de cosas. Puse las piedras dentro de un cazo lleno de agua pero no lo puse a calentar. La chimenea llevaba ya un rato encendida, la aticé para que no se apagara durante el proceso. Habían pasado 20 minutos debía de estar a punto de llegar, así que encendí las velas del baño y cerré la puerta. A los pocos minutos sonó el timbre, antes de ir a abrir me asomé al baño a ver como iba el agua, aún le quedaba un poco para terminar de llenarse.

Abrí y le esperé al final de la escalera, llegaba sonriente con una botella de vino en la mano, entró y contrariamente a lo de otras ocasiones besó mis labios antes de pasar. “miedo me das, que tu estas loca” me dijo al ver mi cara de trasto, nos sentamos en el sofá, le dije que me perdonara un momento y fui a ver la bañera, ya estaba llena, cerré el grifo y fui de nuevo al salón, de repente me daba vergüenza, me daba vergüenza que pensara que era una ridícula, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, “sabes que estoy loca no? Pues hoy serás participe de mis locuras” “caballero si es tan amable me acompaña por favor” me levanté y él me siguió sin decir nada, abrí la puerta del baño y abrió los ojos sorprendido, se reía mientras yo continuaba hablando “ahora se desnuda deja ahí encima su ropa” mientras él obedecía yo me acercaba al salón a darle al play a la música que por supuesto estaba preparaba, sonaba música tibetana relajante, volví y estaba metiéndose en la bañera, “ahora relájate 15 o 20 minutitos y vuelvo a por ti”, estaba de pie desnudo mirándome con cara de incrédulo, me acerqué y le besé, “de veras que estas loca”, “nunca dije que no lo estuviera, vuelvo en un rato” le dije mientras me perdía hacia la habitación.

Me quité la ropa y me puse la que había dejado encima de la cama, cogí el resto de cosas y los llevé al salón, lo dejé sobre la mesa lentamente sin hacer ruido, cogí la mesa para que no arrastrara y la aparté para dejar la alfombra libre, me acerqué a la cocina y puse a calentar el agua con las piedras, regresé al salón puse varios cojines sobre la alfombra y estiré encima la toalla. Encendí un par de velas, apagué la luz y encendí una lámpara tenue.

Entré en el baño, él estaba relajado con los ojos cerrados “¿Cómo vas?” los abrió y por un instante me odió, no quería que ese momento terminara. “Es hora de salir”, me miró y sonrió al ver que me había cambiado de ropa, eso le animo a dejar de estar en remojo. “Ponte las chanclas que el suelo esta muy frió, y vente al salón.”

Me senté en el suelo a esperar a que el viniese, entró en el salón y le sorprendió el ambiente que se había creado, tenía los ojos muy abiertos y sonreía incrédulo “Ven anda, quítate la tolla y túmbate boca abajo”, él hizo el intento de decir algo pero yo puse mi dedo en mis labios mientras le hacía un sonido shhhhh, no era le momento de decir nada.

Se tumbó boca abajo yo acaricié su espalda, me senté a su lado, cogí el aceite lo vaporicé sobre mis manos lo froté y deslice mis manos por sus hombros firmemente, bajando por sus omoplatos y por su espalda hasta llegar a su coxis, repetí la operación un par de veces antes de bajar a sus piernas, vaporicé sobre ellas el suficiente aceite para que mis manos se movieran con facilidad, que resbalasen sobre su piel, que le hicieran sentir cada sensación agradable, extendí el aceite sobre sus nalgas, sus muslos, sus piernas, y me detuve en sus pies, realicé pequeñas presiones en las plantas (no tenía ni idea de dar masajes, pero si me los habían dado varias veces a mí), para subir hasta su talón, donde mis dedos hacían círculos mientras subían por sus tobillos, por sus gemelos, por sus muslos, y se perdían por sus caderas, tenía las piernas semiabiertas y la piel estaba tan resbaladiza que a menudo en ese vaivén mis dedos acariciaban su ano o sus testículos, lentamente y sin dejar de masajearle llegué a su espalda de nuevo, metí un dedo en el agua para comprobar si ya se había enfriado suficiente como para que el calor no fuese desagradable, y en efecto estaba calentita pero no ardía, saqué las dos piedras y con el borde redondeado de ambas comencé a subir desde el inicio de su culo hasta su cuello, lentamente haciendo círculos que partían desde la columna, con cada mano hacia un lado, subiendo, recreándome en cada centímetro de su piel, pasaron los minutos y las piedras se habían enfriado. Estábamos desnudos al lado del fuego la temperatura era muy agradable, “date la vuelta porfa”.

Vaporicé aceite sobre mis manos, las froté de nuevo y me puse detrás de su cabeza, mis manos masajearon su cuello, sus sienes, fueron bajando, pasaron de su cuello hasta su pecho y de ahí a su cintura, desde donde subían firmemente de nuevo. Cada vez que bajaban mis tetas rozaban su cara. Me excitaba ver como estaba ahí relajado, pero con una semierección, gateando bajé hasta la altura de sus piernas, apagué la vela de aceite introduje un dedo a ver si estaba muy caliente, soplé un par de veces, y deje caer un fino hilo de aceite desde su garganta, pasando por su obligo en el que jugué a llenarlo, hasta un par de centímetros por encima de su pene que cada vez estaba más erguido, mis manos comenzaron a extender el aceite, dulcemente, desde el río inicial hacia sus hombros, sus costados, sus caderas, mis dedos recorrían jugueteando cada rincón, mis manos fueron bajando hacia sus piernas y volvieron por primera vez acariciando su polla, que reaccionó a la caricia. Cambié de posición me acomodé entre sus piernas, puse bien de aceite en mis manos, y cogí su polla entre ellas, extendí el aceite por su tronco, otra de mis manos acariciaba sus testículos, mientras uno de mis dedos acariciaban su ano, que agradecía recibir ese dedo suave, escurridizo, su erección era máxima, yo me sentía excitada con su polla en mi mano, en penumbra, con el único sonido de fondo de una música relajante, tenía su mundo en mis manos, a medida que masajeaba su polla veía como su pecho se hinchaba cada vez más, cada vez le costaba más respirar debido a su excitación, incrementaba o disminuía el ritmo según le sentía, le hacía frenar su respiración o aumentar a mi antojo. “Para o voy correrme” dijo, “quieres que pare?” no contestó así que entendí que el avisarme había sido una gentileza, continué pero esta vez ya sin pausas, mis caricias sonaban en su polla, de la que veía como salían gotitas que utilizaba para lubricarla aún más. La intensidad de la respiración indicaba que su orgasmo estaba cerca, la apreté con mis manos y comencé a masturbarla, enseguida estalló en una dulce oleada de placer, sentí como su polla se tensaba y de ella salía un chorrito de leche blanca que iba a parar a su pecho, su polla dio varios espasmos empapando mis manos de su elixir, continúe masajeando unos segundos más mientras se mantenía firme, le miré y por primera vez el levantó un poco su cabeza abrió los ojos como ese niño recién despertado con cara de travieso, “ven” me dijo, me tumbé a su lado y nos besamos tiernamente, su beso era de agradecimiento. Había salido bien, había conseguido que se olvidara de todo y se dejara llevar.

“Es hora de cenar, ves incorporándote poco a poco no vayas a marearte” me acerqué a la cocina puse el horno a calentar despacito. Volví al salón retire las cosas de la mesa y coloque un mantel, unos cubiertos un poco de pan, y unas copas de vino, encendí el fuego, y le traje la botella de clarete con el abridor, “¿puedes abrirla mientras termino la cena?”.

La cena transcurrió animadamente, se le veía feliz, y yo estaba feliz de que hubiera aceptado y hubiese disfrutado. Tras la cena nos sentamos en el sofá a tomar un patxaran, era genial, mientras hablábamos, nos acariciábamos nos besábamos, pero no había prisa por avanzar, terminamos el patxaran y decidimos traer los juguetes, aún quedaba mucha noche por delante. Pero eso ya no formaba parte del regalo, a partir de ese instante correría de su cuenta. Tras la cena su regalo había terminado.

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