Dormía placidamente cuando unas manos me despertaron
acariciándome por debajo de las sábanas. Eras tu, regresabas de trabajar un
poco antes de lo normal y lo hacías cargado de ternura. Sentí esas manos
abrazándome, rozando mi cuerpo mientras mi boca suplicaba a la tuya que la
calmase la sed, tus manos acariciaban mis senos, lenta y dulcemente. Era
maravilloso sentir tu piel desnuda junto a la mía, vibrando, temblando,
mientras nuestras lenguas bailaban una danza sensual. Sentía como tu sexo crecía
cerca de mi sexo, sentir el calor en el que el deseo nos envolvía.
Descendiste por entre mis senos, besándolos, chapándolos,
mordiéndolos, mientras escuchabas como gemía. Yo moría de placer al sentir tu
lengua acariciándolos, al mirarte y ver esos ojos traviesos llenos de lujuria,
de deseo. Tu cuerpo palpitaba sobre el mío mientras buscabas entre mis muslos
el sendero hacia la suavidad más cálida de mi cuerpo. Mi lengua recorría tu
cuello, mi aliento lo calentaba mientras te susurraba al oído que quería
fundirme contigo, que me llevaras al cielo.
Tus sexo sentía la humedad del mío, que ansiaba tenerte,
con tus ojos clavados en los míos, me deshice en un gemido, era un placer sentirte
en lo más profundo, rodearte con mis piernas. Mirarte a los ojos fijamente,
mientras firmemente te adentrabas en mi, suave resbalando en mi tibio interior.
Besándonos los labios, callando nuestros gemidos, entrando y saliendo de mi
lento, suave. Sintiendo como te balanceabas como una mecedora al son de una
canción de cuna, mientras nuestras bocas se daban aliento.
Aumentaste la velocidad en cada beso, en cada roce de
lenguas, en cada suspiro, mientras mis manos se aferraban a tu espalda, cada
vez más fuerte, en cada aumento de excitación, hasta rozarte con mis uñas. Las
bocas empezaban a devorarse, los gemidos no fueron aislados, eran la música que
se apoderaba de la sala.
Me tomaste de las muñecas para sostenerme y no soltarme
mientras me penetrabas más y más duro. Te deleitabas mirándome disfrutar de lo
que hacías, observando como me hacías tuya. Llevaste tus manos a mis piernas, y
en las coyunturas de mis rodillas te apoyaste, las abriste lentamente, querías mirar
mientras me penetrabas. Querías observar como mi cuerpo temblaba al sentirte,
como mi sexo se contraía para darte mas placer, que como toda yo estaba
entregada a ese momento. Eso te excitó aún más, entrabas y salías de mi con
furia, a tu antojo, mientras tu observabas mi mano se acercaba y acariciaba mi clítoris,
me gustaba ver tu cara de excitación y a ti te encantaba ver como me acariciaba
mi preciado botón del placer mientras me penetrabas. Sentía como mi sexo te
apretaba cada vez más. Ver, sentir y escuchar ese sonido que causa la
penetración, mojarte en mis flujos era una delicia, escuchar mi habitación
llena de gemidos era un verdadero placer.
Te despegaste de mí para hundir tu rostro en mi
entrepierna, para chuparme entera, lamerme la vulva, succionarme el clítoris. Sentir
tu lengua sobre él era tocar el cielo con las manos, era saber que mi cuerpo no
aguantaría mucho tanto placer. Me preparé para un explosivo orgasmo con la
ayuda de tus dedos. Entrar en mi y, con ellos, tocar ese punto que tanto te
gustaba palpar, mis manos acariciaban tu pelo mientras no podía controlar los
gemidos, mis caderas se elevaban levemente, sentía tus dedos, tu boca y tu
lengua lamiendo ese botoncito que brillaba y latía de placer. Mi cuerpo se
tensó, tu lengua acaba de hacer que una oleada de sensaciones recorriera desde
mi sexo hasta el cuello.
Mis manos te apretaron contra mi x un segundo, mientras
el cuerpo comenzaba a relajarse, la sangre aún bombeaba rápido y sentía el corazón
palpitar en mi sexo, poco a poco iba recuperando el aliento y a ti, te besé, te
lamí la comisura de tus labios, para compartir lo que habías bebido. Besándonos
y compartiendo con mi lengua parte de lo que te había dado de beber. Y de ahí mi
lengua viajaba, pasaba a tu pecho, a tu ombligo, a tus ingles, y de tus ingles
a tu sexo, que estaba feliz pero deseoso de caricias, de mimos, que latía
deseoso de mi boca. No le haría sufrir más, mi lengua le saludó, sin dejar de
mirarte lo recorría de arriba a abajo para después dejarlo entrar en mi boca,
despacito hasta el fondo, caricias que te hacían estremecer entero, mientras
mis manos jugueteaban con tus testículos. Para después ir sacándola hasta
succionar su punta, mi lengua recorría su corona vibrando sobre el frenillo,
haciendo que temblaras, que te murieras porque continuase, me penetré lento,
dulce, suave, estabas muy excitado, no lo decías pero querías más, lo se, solo
quería que sufrieras un poco y que te recreases mirándome a los ojos, los tuyos
suplicaban, y te levanté el castigo, aumentando el ritmo, mis manos apretaban
tus nalgas, y mi boca se penetraba cada vez más rápido, ahora eras tu quien
marcaba el ritmo, quien me penetraba, pusiste tus manos en mi cabeza y me penetraste
con fuerza, sintiendo como llegaba a su limite, como mi boca daba pequeñas
arcadas, de rabia por no poder llegar más.
Mis manos jugueteaban con tus testículos los acariciaban,
mi lengua hacía lo propio cruzando el escroto, jugando con uno en la boca, succionándolo
mientras mi mano te masturbaba y mi boca volvió a tu sexo de forma definitiva,
quería que la llenases, incrementé el ritmo haciéndote temblar dentro de mi
boca, sintiendo tus espasmos, hasta sentir que te vertías en mi. Me gusta sentirla
tensarse, ver tu cara de cara de placer, tu sonrisa velada, y tu savia caliente
recorriéndome.
Me habría encantado compartir un rato después abrazada a
ti, pero era imposible nos habíamos demorado demasiado, me di una ducha rápida
y al salir me esperaste con un café, ese café era mi desayuno, y tu bebida
caliente para antes de dormir, tu dormirías menos, yo correría toda la mañana
pero había merecido la pena.
Un dulce beso fue la despedida, nuestros horarios estaban
cambiados, pero el rato que nos encontrábamos, era mágico, era el eclipse en el
que el sol hacía el amor a la luna para envidia del firmamento.
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